Mejor sin colador, de Esther Aguirreche Domínguez

Mejor sin colador.

Supuestamente cada uno somos sólo una persona.

Tenemos un cuerpo y una mente, únicos en el mundo.

La mayoría de los días tengo la sensación de que nunca somos sólo uno. Actuamos como si fuésemos varias personas a la vez.

Te levantas y vas a clase. Mientras estás allí muestras sólo una parte de ti y quizá actúas como se espera que lo hagas. Las personas con las que te relacionas son conocidos, casi amigos, pero sólo casi. Te pasas la mayor parte del tiempo hablando, una forma de matar el tiempo. También matas así el silencio, un asesinato con el que todos soñamos.

Cuando termina tu parte del día más social (y a la vez menos), te encuentras con un viejo amigo. Estás deseando verle, porque muchas de las cosas que te habías guardado podrás soltarlas. Todo resulta mucho menos artificial, y aún así no eres realmente tú. Sólo eres quien esa persona espera que seas.

Llegas a casa. Tus padres te comen a preguntas, y tú únicamente te limitas a usar monosílabos. Ahora toca mostrar tu tercer yo. El de tu familia. Eres la hija, la hermana, la nieta... y todo lo que cuentas toma un tamiz edulcorado. A ellos les cuentas lo que sabes que les interesará y les gustará, que dista mucho de lo que te importa a ti.

La luz se apaga. Echada en la cama, eres tú. Te fundes en una sola persona, tu verdadero yo. Dejas de ser un esquizofrénico con varias personalidades, para convertirte en ti mismo. Puedes pensar, actuar, sentir. Y todo de forma verdadera.

Durante el día somos enfermos mentales. Nuestra mente está dividida en pedazos. Sólo cuando llega el momento oportuno los pegamos y nos reconstruimos.

Es entonces cuando el colador que nos filtra desaparece.
Tomamos nuestro verdadero sabor, y nos llenamos de impurezas.
Nuestras propias impurezas.



Esther Aguirreche Domínguez.

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