lunes, 7 de marzo de 2011

La patria secreta, de Federico M. Rodríguez


Tranquilícese, jefe, la violación masculina es mucho más frecuente de lo que la mayoría de la gente reconoce; recuerde que usted no está solo. No se bañe, no se cepille los dientes, no cambie sus ropas y – por ahora – no se haga las uñas: preserve la evidencia, lacerado lector.

¿Siente que hizo algo mal? ¿Sospecha que las palabras del otro fueron un viento impetuoso que lo privó de la razón? ¿Nota que con un lenguaje resbaladizo y engañoso le hizo el mágico arreo de sus tiernas carnes? ¿Que no le dieron tregua ni para tragar saliva? ¿Cree que se hundió hasta el encuentro, lleno de placer y espanto, con el violador en el polvo? ¡Refrene su lengua, amigo! ¡Acá todos olemos a caballo! No es el mejor momento para cuestionar su orientación: muchas veces, durante estos asaltos, se producen poluciones involuntarias por parte de la víctima, como una ininteligible respuesta física al miedo o al dolor.

¿Qué soy entonces? se pregunta el inmolado – sintiendo sobre su piel el peor vestido del viajero: la ropa forzada – mientras está arrodillado mascando su orgullo de macho roto en la ducha, después de haberse sentado a la fuerza en el cuerpo del otro. Amigo, no es necesario plantear su posible ciudadanía en la patria secreta del armario. Entienda que la violación – que en su cabeza, a esta altura, equivale a mil pantallas repitiendo una única escena: el cuchillo desgarrando, el retroceso, el aguijón en la carne y el apagón – es para controlar, humillar y degradar: no lo sometieron para su satisfacción.

En la Universidad de la Patagonia, se ha demostrado que todos los homofóbicos – hombres que no se dan los permisos indispensables para ser felices – han sufrido de pequeños, alguna tarde o nochecita cálida, este tipo de percance desgarrador, con algún caballero explorador – apasionado asimismo por el sexo hermoso y por el feo – que les convidó cerveza y achuras, y les mintió diciendo que aprenderían a bailar o a luchar. Y ese viaje de saliva, tan repentino e inexplicable como los viajes que emprenden inflexiblemente los gauchos; ese éxtasis contra su voluntad – leche de tigre invadiendo un ojo de sangre inyectado por el polvo – se volvió odio del hombre contra el hombre. Después de ese día horrible, al encontrarse en presencia de un hombre así (o sea, un explorador de lo que no nos contaron nuestros padres), o en presencia de uno de enigmática inclinación, dicen, apretando los puños y preparando sus escorpiones excitados del rencor y la venganza: Tus dientes serán quebrados y te torceré los gemidos. ¡Piel por piel, mariposa!


Federico M. Rodríguez (5/1/79, Buenos Aires) es docente y estudiante de literatura. Creció en Tierra del Fuego. Hace unos años reside en La Plata. Actualmente se encuentra buscando una editorial para publicar su primer libro “Senderos de ovejas”. Será un libro de cuentos de aventuras que transcurren en Tierra del Fuego entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Contacto: federo23@hotmail.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno.
Quiero más!

Besos,
Nora.

Anónimo dijo...

Me gustó mucho, muy fuerte.

Anónimo dijo...

Excelente microrrelato!
Saludos,
Lucía